Señoras de rapiña que rebuscan en su memoria, aquella risa cachacienta de antaño; buscan en su mirar aquel reflejo de su, desde ahora, anterior vida. Murmuran, se reúnen planean; buscan la manera correcta y odiada de actuar, con aquel sentimiento de gozo revuelan sobre su presa, buscan alimento, comen dolor y están hambrientas.
Tenemos un cuerpo en la habitación, alguien entre nosotros no respira ya más. Examino tu rostro querido, no veo dolor, no veo nada; planeas no sentir esta vez o sin lágrimas te has quedado. Las voces susurrantes obedecen a la pena, buscan a Dios en su mirada, buscan en la madera el movimiento. Buscan entre ellos un consuelo, una forma comportarse. We must pray. WE MUST BE SAD.
Se rompe el hielo, la madera refleja el brillante sol. Regreso en busca de tu mirada, ni tan solo una palabra silenciosa, un mudo acuerdo, un guiño de antaño. Veo no serás el mismo querido, ni serás el único hombre al que he amado, al que he respetado, única figura paterna, único padre.
Tu amante, tu mujer, acaso la única mujer que te ha amado. Te conoce, te siente, te vive. Sabe, como yo, que aquel discurso a medio vaso, entre aquellas paredes poco estables con esa sonrisa tan sincera, no volverán. Extrañarás hasta la muerte y peor aún con en el engaño vivirás. Regresa querido.
Entre muertos tan altos como muros, nos vemos aquí reunidos, santa madre de Dios ruega por nosotros, ruega por mi alma, ruega por mi rezo inexistente, ruega por aquella sensación de inhumanidad que sentí. Ruega por mi alma y de ella has una flor. Ruega, porque no soy digno ni de tocarla, no, no a la amada, no.
Contrita esta mi alma, y del egoísmo he vivido. Tu dolo está compartido, el mío; mi propio camino será en soledad; cuando pise tus pasos, cuando tenga tus años y el peso de tus hombros, a diferencia solo estaré.
No pude darte ni la mirada, al final del día tras un abrazo cortado, no te he dado ni las gracias. No puedo, no quiero, no debo. Extrañaré tu sonrisa y con ella tu vida.
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