Acostumbramos pensar que las cosas pueden ser seguras, que la idea de estabilidad reinará en nuestra vida permanentemente, acostumbramos pensar en que moverse significa mal. Pensamos con facilidad que la nostalgia nos causará pena, vemos los obstáculos como atenuantes y no como motivadores. Simplemente acostumbro a pensar con movimiento , animando mi cordura con escenas puras y de laboratorio, inventadas, creadas, artificiales.
Crío presas y las pruebo ante las fieras de mi propio pensar, expectante de su iniciación. Un caballero de capa caída y mirada pesada; sin alejar la mirada del horizonte. Acostumbro poner a prueba las ideas, destilarlas y conservar solo la esencia.
Acostumbramos recoger ideas para sí, renovarlas, adoptarlas, incluso si no creo en ellas. Porque así me identifico, así soy interesante. Me he acostumbrado a conseguir las cosas de la manera más dura, porque así creo que solo lo valen, mentira. E incluso, de costumbre en costumbre he olvidado mi verdadera imagen, aquella inconsistente, liviana, inteligente y ligera, aquella que recuperaré.
La costumbre de mis acciones me revelan mi poca elegancia en el manejo de mi vida, resisto los golpes en vez de sortearlos. Me he acostumbrado a repetir severamente la verdad, porque en ella me identifico y solo con la verdad sé que existo. Me he acostumbrado perseguir una sombra que delante mío siempre ha estado. Él, una barrera y una meta. Él, mi reflejo.
Llevo una vida llena de costumbres, ideas, que conviven y configuran la base de lo que soy. Conservo una idea torpe de realidad romántica y sincera, donde la verdad es severa e idealizada. Una quimera agonizante, ante una realidad dura. Consigo con esto, un modo de vivir único y añorado. Consigo establecer mi vida y realizarla a pleno, a mi modo, como creo yo y acostumbro, correcto.
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