Con largo paso el caminante recuerda, tras aquellas miradas con risa saltona un tiempo aquel del cual no fue partícipe. Aquellas calles, que en su momento le dieron cobijo, se encuentran ahora seníles, en un blanco y negro prolijo.
Un viento me llama, giro en redondo. Una catedral, un instinto, un dolor. Siento, escucho, olvido, rezo, lloro.
Un sentimiento ido, tan solo un segundo, unas horas. Por mi alma pido perdón y me encuentro en el lugar que menos esperé, pero aquel que más me ha confortado jamás.
Tan pronto como llegué sentí no tu presencia, sentía tu ausencia. Sentí que clamaba al dios equivocado; sin embargo me sentí tan aliviado, tan rodeado. Tal vez no eres dios de los hombres, tan solo un hombre, tan solo hombres. Tan solo compañía lejana enredado en un rezo lejano.
No oré, clamé. Clamé por mi alma, por mi ser. Por todo aquello que quiero, por tu ser. Clamé mi ira por la injusticia, clamé por mi suerte y mi infortunio. Clamé por entender, por creer, porque entendí que cuando nada más se puede hacer, solo queda orar. Orar en vano, orar aunque no creas, pero elevar lo aquello que te aqueja al vacío. Un vacío que pueda o no escucharte; pero un vacío que me reconforta.
Clamé por tu vida, clamé por la mía. Con un golpe de pecho y una lágrima lenta, encontré la calma. Encontré a dios, mi dios. Aquel que he creado, aquel que solo a mí me escucha, aquel que cumple mis expectativas.
Elevo mi espíritu, lo dejo suelto. Te elevo, te suelto; pero te rezo ya que poco puedo hacer por ti ahora.
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