Año de miradas, en donde la mujer amada vino, entro y dejó huella. Tan rápida y fugaz, tan exacta y letal. Con la sangre en el cuello y la sonrisa latente, me veo inmóvil. Ante sus idas y venidas, indómita. Insólita, amable y lejana como nadie. La espero.
Año de tropiezos, prioridades disipadas de una idea lejana de un futuro que esperaba conspicuo. Rotas, melladas, quedaron atrás. Dejé la insinuación, por una ventana más angosta, más precisa, más real. Me siento en la lejanía de mis queridos y rezo de la manera en que solo sé; en silencio, expectante, desnudo, sin decir una palabra.
Ofuscado, estrecho. Así me conocí, así me olvidaré. Lento, lerdo, torpe, severo, banal, como nunca. Este año me juzgo por el atraso psicológico latente en mi modus vivendi.
Promesas rotas, del anuncio anticipado, que mi mente levantaba. Este año no rompí ninguna pared, me refugié en ellas, me cautivé en ellas. Lloré bajo su protección y me creí seguro. El miedo a salir de mi cueva, del cual el hedor se me hizo familiar. Acostumbrado a sus ángulos, me creí dispuesto a avanzar.
Paso falso, paso manso. Tuvo que llegar, tras años. Aquello que necesitaba.
Aquello que realmente necesitaba, recibir la respuesta a aquello que di por supuesto y ponerle rostro a todo lo que dí por dado.
Duele, dejar las paredes que en tantos años fui engrosando, pero debe parar, debe sanar.
Espero tan solo, no sea tarde.
Rosa toma del aire, un verso y quítame el aliento
con tu olor, aviva la memoria,
conserva mi lamento
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